Pasando de la Exclusión a la Inclusión

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“Se ejemplo de la discapacidad y la inclusión”

Los niños y niñas con discapacidad enfrentan distintas formas de exclusión y están afectados por ellas en diversos grados, dependiendo de factores como el tipo de impedimento, el lugar de residencia y la cultura o clase a la cual pertenecen.

Otro factor crucial es el género; de hecho, las niñas tienen menos probabilidades que los niños de recibir atención y alimentación, y más probabilidades de quedar excluidas de las interacciones y las actividades familiares. Las niñas y las mujeres jóvenes discapacitadas sufren de una “doble discapacidad”, no solo por los prejuicios y las desigualdades de que son víctimas muchas personas en sus mismas circunstancias, sino también por las limitaciones y las funciones asignadas tradicionalmente a cada género. Las niñas con discapacidad también tienen menos probabilidades de asistir a la escuela, recibir formación profesional y encontrar empleo que los niños con discapacidad y las niñas sin discapacidad.

Sin embargo, estas diversas formas y grados de exclusión se fundamentan en la experiencia compartida de ser definido y juzgado por aquello de lo que se carece y no por aquello que se tiene. No es inusual considerar inferiores a los niños y niñas con discapacidad, intensificando su vulnerabilidad: la discriminación basada en la discapacidad se ha plasmado en la marginación de los recursos y de la toma de decisiones, e incluso en el infanticidio.

La exclusión suele ser consecuencia de la invisibilidad. Pocos países disponen de información fiable sobre cuántos de sus ciudadanos son niños y niñas con discapacidad, nuestro país El Salvador, es uno de esos países lamentablemente, a pesar de que hay una buena parte de la sociedad con alguna discapacidad. En algunos países, las familias con niños con discapacidad hacen frente a la exclusión, por lo que incluso progenitores y familiares amorosos a menudo son renuentes a informar de que uno de sus niños tiene un problema de esta naturaleza. Lo anterior se explica por la necesidad de evitar el rechazo, el deseo de sobreproteger al niño, o ambas cosas. Cuando un niño llega al mundo con un impedimento, su nacimiento no siempre se registra. Los niños así excluidos son desconocidos para los sistemas sociales, educativos y de salud y, por lo tanto, pierden el acceso a estos servicios, a los cuales tienen derecho.

Las privaciones en la infancia pueden tener efectos duraderos; por ejemplo, menos oportunidades de acceder a empleos remunerados o de participar en cuestiones cívicas más adelante en la vida. Y a la inversa, el acceso a servicios y tecnología de apoyo, y su utilización, pueden hacer que un niño con discapacidad asuma su lugar en la comunidad y contribuya a ella.

En efecto, el futuro está lejos de ser sombrío. Existen mecanismos eficaces para crear sociedades inclusivas, en las cuales los niños con y sin discapacidad disfruten de sus derechos por igual. Se están derribando los obstáculos físicos y políticos, y las actitudes negativas se están superando, aun cuando el proceso sea desigual y quede un largo camino por recorrer.

La inclusión va más allá de la “integración”. Esta implica incluir a los niños y niñas con discapacidad en un marco preexistente de normas. Por ejemplo, en la esfera educativa, la integración significaría, sencillamente, admitir a los niños y niñas con discapacidad en las escuelas “generales”. Pero esto no se puede considerar inclusión, pues esta solo es posible cuando el diseño y la administración de las escuelas permiten que todos los niños y las niñas participen juntos de una educación de calidad y de las oportunidades de recreación. Esto supondría proporcionar a los estudiantes con discapacidad facilidades como acceso al sistema braille y al lenguaje de señas, y adaptar los planes de estudios con miras a que gocen de las mismas oportunidades para aprender e interactuar.

La inclusión beneficia a todo el mundo. Continuando con el ejemplo de la educación, las rampas y las entradas y puertas anchas mejoran el acceso y la seguridad de todos los niños, los docentes, los padres  y los visitantes de la escuela, y no solo de quienes utilizan silla de ruedas. Y un programa de estudios inclusivo, es decir, centrado en el niño y con representaciones de personas con impedimentos para reflejar un sector real de la sociedad, puede ampliar tanto los horizontes de los niños que, de otra manera, podrían ver limitadas sus ambiciones y opciones a causa de sus discapacidades, como los de los niños sin discapacidad, que aprenderían a valorar la diversidad, las habilidades y la preparación necesarias para construir una sociedad inclusiva para todos. Cuando los logros educativos llevan a la consecución de trabajo u otros medios para ganarse la vida, el niño con discapacidad puede avanzar y asumir su lugar como miembro pleno y en igualdad de condiciones del mundo adulto, un miembro que produce y consume.

Fuente:

– Estado Mundial De La Infancia 2013 UNICEF (De la exclusión a la inclusión)